Entre miedos y sugestiones en la pandemia

En tiempo de batalla, una buena decisión significa la diferencia entre esquivar una espada o ser alcanzado por ella. José Saramago.

La vida definitivamente ya no es la misma. Cualquier recuerdo que tengamos de vivencias pasadas debemos atesorarlos con un sentimiento de sustancial nostalgia. Quizá en cierto momento nuestra soberbia como seres humanos, pertenecientes a una generación de grandes avanzas tecnológicos, nos hizo creer que la vida siempre seria la misma; nos convertimos sin querer en depredadores existenciales y no nos preparamos para lo que hoy estamos viviendo.

Nuestra generación nunca se había encontrado ante una verdad tan evidente, con muestras sobradas de fragilidad humana. Aun no asimilamos que no somos tan fuertes como creíamos.

El rostro de la muerte y del contagio ya no nos parecen tan lejanos como a principios de esta pandemia, pues con el devenir del tiempo, ante nosotros ya tienen rostro, nombre y apellido. Probablemente debemos incluir en nuestra charla cotidiana el tema de la muerte, un tópico que resolvemos evadiéndolo, una falsa solución a un hecho inexorable, algo que nos alcanzará, hoy más que nunca, más temprano que tarde.

El miedo y la sugestión, el dúo que hace acto de presencia en nuestras vidas por la cercanía, poca o mucha, que los afectados tienen con nosotros. Veámoslos como un mecanismo de defensa, no para que nos lleve al pánico y sea éste quien dicte nuestras acciones a seguir, no le demos esa fuerza. El miedo puede ser constructivo si nos lleva a tomar las multicitadas medidas de prevención para preservar nuestra vida y nuestra salud y la de nuestros amados cercanos.

Por otro lado, es importante mencionar que la utilidad de la Historia no solo sirve para tener datos y fechas y con ellos construir efemérides. También nos ilustra para ver cómo ha reaccionado la humanidad en épocas adversas. El problema no es sentir miedo, el problema es que nuestros miedos sean estériles.

Querido y dilecto lector, durante las etapas más agobiantes y crueles de la humanidad sólo aquellos que pudieron reaccionar al instante, los que tuvieron tal miedo a la muerte que pusieron todos sus reflejos, todos sus instintos, todos sus sentidos al servicio de un temor constructivo.

El miedo constructivo, presente en las diversas etapas de la historia, se convirtió en el centro de comando de sus actos. Instalado, por decirlo de una forma, justo atrás del ombligo, recibía antes que el cerebro todas las sensaciones percibidas por medio del olfato, la vista, el tacto, el oído y el gusto.

Ahí eran procesadas en milésimas de segundo y ya se enviaban al cerebro con una orden específica de acción. Todo el acto no iba más allá del segundo imprescindible para sobrevivir. Con la misma rapidez con que la humanidad ha aprendido a reaccionar, fuimos desarrollando nuevos sentidos ante cada reto que se nos ha presentado. La moraleja es que el pánico no piense por nosotros.

Perdón querido lector si te incomodan mis razonamientos casuísticos. Pero, en plena pandemia, si antes de cada acción pudiésemos prever todas sus consecuencias, nos pusiésemos a pensar en ellas seriamente, primero en las consecuencias inmediatas, después, las probables, más tarde las posibles, luego las imaginables; ese es nuestro verdadero mecanismo de defensa al que nuestros miedos nos deben de llevar. No a la inacción irresponsable y hasta estúpida. Otra vez perdón por mi castellano plus.

Esto se llama trascender, pues entendamos que los buenos y los malos resultados de nuestros dichos y obras se van distribuyendo, se supone que de forma bastante equilibrada y uniforme, por todos los días del futuro, incluyendo aquellos, infinitos, en los que ya no estaremos aquí para poder comprobarlo, para congratularnos o para pedir perdón, hay quien dice que eso es la inmortalidad de la que tanto se habla

Espero que podamos contar con el civismo y la colaboración de todos los ciudadanos para limitar la propagación del contagio en el supuesto de que se trate de un contagio y no de una serie de coincidencias por ahora inexplicables. Sirva eso para estar calmados aunque no tranquilos.

No hemos podido asimilar las consecuencias por el incremento en la línea de contagio y lo que a nivel colectivo no ha sido evidente a simple vista, es por el inexplicable hábito de ver sólo lo que queremos ver, y por no querer dejar ir nuestro pasado estilo de vida que ya no está vigente bajo las actuales circunstancias. Mientras más tardemos en asimilar eso, tendremos más contagiados y más muertos.

Así de simple, así de crudo.

El tiempo hablará.

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